La lógica y la RE

Cuando se promulgó la teoría de la relatividad especial hace cerca de cien años, se advirtió que habría que renunciar a la lógica para llegar a comprenderla. Cualquier nueva teoría que contradice los conocimientos adquiridos choca con la lógica del momento. Esto dista mucho de suponer que un nuevo conocimiento pueda ser contrario a la lógica; por el contrario, toda teoría, del tipo que sea, tiene la obligación de integrarse en el razonamiento lógico.

Si pensáramos que la Tierra es plana desconociendo la fuerza de la gravedad, al postular que la tierra es redonda chocaría con la lógica del momento, pensaríamos que llegaría un momen­to en que nos caeríamos hacia el cielo por nuestro propio peso; lo que no sería un error en nuestro razonamiento lógico, sino la aplicación de unos conocimientos erróneos en la elaboración de esa lógica. El conocimiento de que la Tierra es plana va unido al conocimiento de que todos los cuerpos caen hacia abajo por su propio peso, por lo que es razonable pensar que no podríamos mantenernos en el suelo si estuviésemos boca abajo. Postular y aceptar que la tierra es redonda sin aportar nuevos conocimientos, aun conociendo a posteriori la veracidad de que la Tierra es redonda, es inaceptable. Habríamos adquirido un conocimiento que, aunque importante, nos habría hecho renunciar a nuestro potencial lógico. Desde ese momento muy pocos conocimientos podríamos aceptarlos como válidos y muy pocas posibilidades tendríamos de aumentarlos, puesto que habríamos renunciado al razonamiento lógico, o este razonamiento lógico se movería entre ambigüedades. El conocimiento de que la tierra es redonda debe de ir unido a otro conocimiento que nos posibilite el seguir confiando en nuestro propio razonamiento lógico. Así, una vez se halla postulado que la tierra es redonda, habrá que completar ese principio aportando un nuevo conoci­miento: que no nos mantenemos unidos a la Tierra por nuestro propio peso, sino por una fuerza que nos atrae hacia ella; de este modo, es lógico pensar que no tiene la menor relevancia la forma de su superficie para mantenernos firmemente unidos a ella y deja de tener sentido hablar de boca arriba o boca abajo.

Nadie renuncia a su razonamiento lógico; porque nadie puede prescindir del mismo. Aun­que alguien nos diga que la Tierra es redonda sin aportar otros conocimientos y aceptemos que la Tierra es redonda: no renunciamos a nuestra lógica; lo que hacemos es creer que la tierra es redonda y que se trata de una excepción fuera de nuestra lógica. De este modo, que la Tierra es redonda, ya no es un conocimiento sino una creencia, creencia que el tiempo se encargará de convertir en conocimiento o en superstición. Tenemos conocimiento de algo, verdadero o falso, cuando podemos comprenderlo y razonarlo, sin esta premisa no se pasa de la creencia. Si alguien me dice que renuncie a mi lógica para entender algo, entiendo que me está pidiendo que crea en lo que me está diciendo, y si nos acostumbramos a aceptar excepciones contrarias a nuestra lógica, nos estaremos acostumbrando a movernos entre creencias. A nosotros corresponde el valorar cuando la fuerza de las observaciones, de la experimentación, aconsejan creerlo o no. Y, como en todo razonamiento lógico a diferencia del razonamiento matemático, no existe norma exacta que defina en lo que creer y en lo que no: seguimos necesitando de nuestra lógica.

Cuando se formuló la teoría de la relatividad especial, se pidió que se renunciara a la lógica para entenderla y hoy, pasados cien años, se sigue solicitando del que se acerca a ella que haga el mismo esfuerzo. Debo entender que se nos está pidiendo que creamos en ella.

La teoría de la relatividad especial (TRE) la componen un conjunto de ecuaciones y la interpretación de esas ecuaciones. Estas ecuaciones han demostrado su efectividad en la practica y la experimentación avala su validez, pero esto no certifica que la interpretación, el significado que se ha dado a estas ecuaciones sea el correcto.

Es un hecho cierto que cuando observamos un objeto, partícula o sistema en movimiento relativo al nuestro, lo vemos con sus medidas alteradas. También es un hecho cierto que, por el momento, y utilizando principalmente las ondas electromagnéticas, no somos capaces de cuanti­ficar el movimiento absoluto de una partícula o sistema. Las ecuaciones resuelven un problema: cuando observamos una partícula, un objeto en movimiento relativo al nuestro, no somos capaces de verlas y medirlas con exactitud. Las ecuaciones, los experimentos que avalan estas ecuacio­nes, son conocimiento y su aplicación resuelve los problemas planteados, posibilitando el que avancemos. La deducción de que esas ecuaciones, esos experimentos responden a tal o cual fenómeno, en este caso a la contracción del espacio y la ralentización del tiempo, son doctrina. Lo acertado de lo uno no justifica la validez de la otra. Aunque estas ecuaciones se demuestren válidas y hayan sido el motor del avance tecnológico, no son prueba suficiente para aceptar que la doctrina que los soporta sea válida.
  • La luz viaja a velocidad c y desde cualquier sistema, sea cual sea su movimiento, puede medirse que viaja a esa misma velocidad c.
  • Desde un sistema, podemos ver como en otro sistema en movimiento relativo la medida espacial en sentido longitudinal se contrae y los relojes atrasan.

Esto puede ser así y las ecuaciones relativistas resolver estas singularidades, pero la interpretación de estos hechos va más halla de la validez de esas ecuaciones. Argumentar, porque en determinadas circunstancias los relojes atrasen, que el tiempo corre más despacio, es una presunción que confiere un valor absoluto a nuestros relojes del que carecen. Decidir que el movimiento propio de las partículas o sistemas no tiene ninguna consecuencia porque no afecte a las ondas electomagnéticas es otra presunción.

Desde aquí no voy a cuestionar la aplicación de las ecuaciones sino su interpretación. Si sostengo que el tiempo es una magnitud absoluta no estoy diciendo que seamos capaces de medirlo con exactitud. Niego la supuesta exactitud de nuestros relojes, no niego que las ecua­ciones corrijan esas inexactitudes, niego que porque estos relojes, con sus peculiaridades, midan de forma diferente el tiempo en diferentes circunstancias, estas circunstancias afecten al transcu­rrir del tiempo. Que el tiempo es una cosa y que nuestra capacidad para medirlo es otra, es una convicción que intentaré demostrar.

La relatividad especial nace con una contradicción que se da por aceptada y que también intentaré rebatir: la convivencia del principio de relatividad con magnitudes absolutas. Si conoce­mos que las ondas electromagnéticas se mueven a la velocidad absoluta c, aunque por el momen­to no nos sea accesible, la situación de reposo existe en contraposición a esa magnitud c. En todo caso, el principio de relatividad no puede convivir con magnitudes absolutas, no puede hablarse de velocidad máxima sin tener como referencia una situación de reposo.